Estados Unidos vuelve a su normalidad

Passaporto
7 min readNov 10, 2020

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El mundo es testigo de una elección histórica. ¿Qué cambiará y qué permanecerá en el país más influyente de Occidente?

Ilustración: Christoph Niemann | IG: @abstractsunday

Populismo: la palabra de moda

Con Trump al frente del probablemente país más influyente del mundo, o al menos para América Latina, se legitimó en la región su manera radical de hacer política. O de no hacerla, podríamos decir. La soberbia, la intolerancia, el desprecio por problemáticas como el racismo, el cambio climático y la pandemia de coronavirus fueron adoptados por otros gobiernos populistas de derecha radical como faro de referencia. Dirigentes como Jair Bolsonaro en Brasil, Jeanine Añez en Bolivia o Santiago Abascal del partido Vox en España, son algunos ejemplos. En la Argentina este concepto toma cuerpo en discursos rabiosos que definen al estado como lo opuesto a la libertad como el de José Luis Espert y Javier Milei, o de mano dura y oposición por deporte como el de Patricia Bullrich, que renuncian a la discusión de ideas y parecen tratar de capitalizar políticamente manifestaciones repletas de contradicciones. La reproducción de la retórica de Trump le abrió las puertas a la de la antipolítica. El ignorar toda regla de juego de una democacia y de los propósitos que tiene la existencia de un sistema político y un estado. Este tipo de liderazgos atentan contra el carácter central de la política, que uno podría relacionar al consenso a partir del diálogo y las diferentes opiniones para luego tomar las mejores decisiones según la coyuntura. Lo que hacen es jugar el partido en la cancha de las redes sociales, con mensajes cortos, con impacto, que apuntan al pulso emocional de las personas y no a la reflexión racional. Estigmatizan, se victimizan y crean enemigos en esa lógica dicotómica y divisiva del “nosotros” y el “ellos”. Estos dirigentes llevan la discusión a un formato en el que hay poco espacio para el entendimiento profundo de lo que se está disctutiendo y, por el contrario, se vuelve más propenso a los argumentos chatos, con escandalosas y agresivas acusaciones al aire, sin presentar ningún tipo de evidencias. Generan así un clima de conversación hostil, con la descalificación y el prejuicio seguido de ofensa personal como primera reacción y una notable ausencia de argumentaciones significativas, ofreciendo respuestas vacías y simples a problemas extremadamente complejos. Indirectamente difunden el respaldo a las teorías conspirativas, donde abunda la creación de enemigos imaginarios y amenazas externas frente a las que hay que protegerse, que confluye en la desconfianza en los expertos en diferentes materias claves en el progreso de la humanidad como la ciencia o la medicina. Todos opinamos de todo y la información de un paper científico tiene el mismo peso que un tweet anónimo.

Más que sólo gritos

Trump minorizó la importancia de la pandemia más importante del útimo siglo tratándola de gripecita, se mostró públicamente siempre sin mascarilla, sugirió que la ingesta de líquido desinfectante a base de dióxido de cloro ayuda a contrarrestar el coronavirus, aseguró que los casos estaban bajando cuando estaban subiendo, convocó a sus seguidores a actos y movilizaciones pasando por encima toda sugerencia sanitaria global de evitar aglomeraciones, entre otras actitudes como mínimo cuestionables. Hoy Estados Unidos lidera, por mucho, el ranking pandémico, con más de 10 millones de contagiados y casi 250 mil muertes. Hay gente que se tomó el trabajo de anotar todas las mentiras que dijo el aún presidente estadounidense desde el comienzo de la pandemia. Pueden verlo (y traducirlo) en este artículo.

No sólo los modos y la comunicación de Trump pueden caracterizarse como radicales, sino también su accionar. La implementación de una política de “tolerancia cero” a la inmigración, la renuncia al Acuerdo de París por el cambio climático al año de haber ausmido la presidencia, el retiro de fondos de la Organización Mundial de la Salud en plena pandemia, la consolidación de la disputa comercial y las acusaciones públicas a China por la propagación del virus, la hostilidad a países en desarrollo y beligerancia hacia América Latina como si todos los que no piensan como él fueran comunistas o militaran la Venezuela de Nicolás Maduro, son algunas de las actitudes que muestran a Trump como un presidente atípico y sin escrúpulos.

Como argentino, me es imposible ignorar que fue Trump quién convenció al Fondo Monetario Internacional de otorgar a la Argentina el crédito más grande en la historia del organismo para financiar la campaña y sostener al gobierno de Mauricio Macri. Salió mal. Macri perdió la elección, Trump también, y ahora Argentina, además de endeudada, se hundió en una profunda crisis económica de la que le costará mucho salir. ¿Dónde están los 44 mil millones de dólares que prestó el FMI, sabiendo que su devolución era inviable en las condiciones preestablecidas? Pues vendrían bien para afrontar este pequeño problema llamado pandemia.

Trump despedido en la elección con mayor participación en la historia de Estados Unidos. | Ilustración: @vascogargalo en IG.

Un viejo conocido

Sin embargo, la victoria de Joe Biden no hace que Estados Unidos vaya a perder su esencia e intención de líder del mundo occidental. No es que de un día para el otro no va a haber más racismo ni brutalidad policial, se van a acabar los tiroteos en escuelas, universidades y centros comerciales, van a retirar sus tropas militares desperdigadas por varios países del mundo, o van a renunciar a la innegable disputa comercial con China por el liderazgo del capitalismo globalizado. Pero la figura de Biden en el poder genera una imagen de más previsibilidad y diálogo, lejos de las decisiones precipitadas y el tono permanentemente confrontativo y acusador de Trump. Un hombre con trayectoria política en la Casa Blanca (ocho años vicepresidente de Obama), con un historial de cooperación con los Republicanos aún siendo Demócrata, y que apenas unos días después de su victoria electoral junto a la flamante Kamala Harris anunció la elaboración de una estrategia nacional para hacerle frente al coronavirus, anticipa un tono más conciliador en el futuro político estadounidense.

Internamente como país aún tienen muchas deudas. No les podemos pedir que cambien de un día para el otro, y los cambios estructurales de un país naturalmente se desarrollan de adentro hacia afuera. Si internamente la hoy polarizada sociedad norteamericana sana un poco, quizás eso se transmita luego a su política exterior.

Pero, dentro de lo esperable en el país paladín de la democracia, esto era lo mejor que podíamos obtener. Una conducción con un perfil cooperativista, multilateral, protagonista de importantes instituciones internacionales mencionadas anteriormente como la Organización Mundial de la Salud o el Acuerdo de París. Que Bernie Sanders sea candidato a la Secretaría de Trabajo, la promesa de inversión en sustentabilidad, la intención de reducir emisiones de CO2, un discurso que rechaza el racismo sistémico instalado en el país y remarca la importancia de un sistema de salud accesible, y que Kamala Harris, una mujer, además no blanca, asuma la vicepresidencia, son algunos pequeños primeros pasos esperanzadores de una mirada más inclusiva y consciente hacia la coyuntura y las demandas de la época. Es aún un misterio como van a congeniar los distintos sectores de esta coalición demócrata en un gobierno. Desde la izquierda más progesista en Sanders, histórico dirigente socialista-democrático, como él mismo se define, hasta la centro derecha en Biden, hombre blanco, mayor, representante del establishment de la Casa Blanca, deberán buscar la manera de trabajar en conjunto para calmar las aguas más que revueltas de un país fuertemente dividido.

Yo de acá no me voy

Párrafo aparte para el no-aún reconocimiento de la derrota por parte de Trump. No sorprende que la gran mayoría de los votos que entraron al final por correo hayan sido Demócratas, siendo que fue el propio Trump el que estuvo desalentando a sus seguidores a votar por esa vía, anticipando que iba a interpretarlo como fraude. El presidene negando el conteo de votos y acusando de fraude sin aportar evidencia alguna a casi una semana de las elecciones refleja que él aún se siente apoyado por mucha gente y no tiene ganas de dejar el despacho oval. La subestimación de la pandemia, enfrentar procesos de impeachment, incentivar la violencia en las fuerzas de seguridad, conflictos de intereses entre su función pública y su actividad privada, negarse a presentar su declaración de impuestos, el anuncio de la construcción de un muro para evitar la entrada de “bad people” proveniente de México, la separación de chicos de sus familias en la frontera y posterior encierro, 26 acusaciones de acoso sexual (acá están enumerados los casos uno por uno), son algunos de los escándalos que protagonizó a lo largo de su gestión. Y, aún así, más de 70 millones de ciudadanos estadounidenses votaron por su reelección. Este es un hecho no menor al que hay que prestarle atención: Trump se irá, pero el trumpismo seguirá. La situación está tan tensa que ya gran parte de los medios de comunicación del país no transmiten los discursos de Trump denunciando irregularidades en la elección, argumentando que no van a fomentar la reproducción de fake news. Sí, tratan a su propio presidente de fuente poco creíble. La película todavía no terminó, y cómo no hay un Estados Unidos que vea lo que está pasando en Estados Unidos, y por ende llame a Estados Unidos para intervenir y garantizar la democracia en Estados Unidos, el cambio de mando seguramente se termine definiendo en la Justicia.

Ah, y el primer lunes después de que Trump, negacionista de la pandemia y el conocimiento científico, perdiera las elecciones, y Biden anunciara la futura implementación de un plan nacional para afrontar la enfermedad, el laboratorio norteamericano Pfizer anunció que su vacuna en desarrollo tiene por ahora un 90% de efectividad de respuesta ante el coronavirus. Estas noticias también son políticas.

Así deben andar por la Casa Blanca…

Estados Unidos seguirá siendo Estados Unidos y tiene una amplia lista de problemas por resolver, pero dada su determinante relevancia en el tablero geopolítico, el mundo tiene derecho a esperanzarse con que este cambio de dirección sea una luz al final de este oscuro y largo tunel que viene siendo el 2020.

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Juan Gurruchaga. Periodistor de Buenos Aires, ex Ámsterdam, y mg. en Medios, Com y Cultura en Barcelona. Acá reflexiono sobre cosas que no garpan en las redes.

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